Los
mecanismos que el cerebro utiliza para lograr esto aún no se han podido
determinar, pero de seguro incluyen el incremento del ritmo metabólico y la
inducción a tiritar. Ambos procesos queman combustible metabólico mucho más rápidamente
que la tasa normal, y como consecuencia inmediata eliminan calor corporal.
La fiebre y sus ventajas
El
incremento de la temperatura parece potenciar ciertos aspectos de la respuesta
inmune. Por una parte, si la temperatura supera la normal del cuerpo, el ritmo
de crecimiento de diversas clases de bacterias se reduce considerablemente.
Inclusive se cree que además de afectar la habilidad de los microorganismos
para reproducirse, a temperaturas mayores a 38 grados las células T (parte
del arsenal con que nuestro sistema inmune combate a los invasores) trabajan
de una forma más óptima y eficiente. Por otro lado, durante la fiebre el nivel
de hierro circulante en sangre decae y los microbios requieren de hierro para
multiplicarse.
Así es
cómo la fiebre actúa como un gran aliado de nuestro organismo a la hora de
batallar una infección. Asimismo, muchos otros de los síntomas que
experimentamos víctimas de patógenos (cansancio, dolor en las articulaciones,
falta de apetito) son a causa de las sustancias liberadas por los monocitos
cuando detectan el ingreso de microorganismos, y no a los mismos invasores ni
a sustancias por ellos emitidas. Esa la forma que tiene nuestro cuerpo de reducir
nuestra actividad de manera que podamos recuperamos de una infección. Y en la
mayoría de los casos funciona. Y como es algo que se produce sin preverlo, sólo
debemos soportar la molestia de sentirnos acalorados, pero protegidos al fin.
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