Por
otro lado, la optimización del tiempo requiere de la propia interpretación que
cada uno hace del espacio diario de su vida (trabajo, esparcimiento, vida
sentimental, descanso, etc.). Si no protegemos nuestro tiempo personal, éste
será inevitablemente invadido por los de afuera. Escuchar al otro deber ser la
única excepción a la invasión. Aunque siempre la decisión que tomemos debe ser
propia y no ajena, sobre todo si queremos aprovechar mejor nuestro tiempo.
Además, si no existe interés en destinar tiempo para escuchar al otro, es mejor
un “no” a tiempo que una excusa de último momento en el medio de una
conversación ya comprometida. Si queremos más tiempo debemos entender que la
solidaridad de prestar oído tiene un precio muy alto, que quizá nunca volvamos
a recuperar.
La precisión frente a la velocidad
Hacer
las cosas a la ligera conduce casi inevitablemente al error. Y allí se entra en
un círculo vicioso: me apuro, me equivoco, me enojo y me apuro más, me equivoco
peor... y así sucesivamente vamos derrochando tiempo sin darnos cuenta. Una
actitud inteligente no consiste en ser más veloz, sino en mejorar nuestro
rendimiento. No importa si tal cosa la hago en menos tiempo, sino si en el
mismo tiempo puedo hacerla mejor. Cuando uno va reconociendo los mecanismos
mediante los cuales rinde más, éstos se traducen en una reducción del tiempo
que necesitamos para determinada actividad. De ahí que la precisión sea más
eficaz que la velocidad si se trata de ganar tiempo.
Hay que
aprender a poner atención y dedicación en todo 1o que hacemos. No sólo las
obligaciones son "cosas serias": también lo es nuestro espacio de
esparcimiento o el que dedicamos a los afectos. Las cosas sencillas de la vida
son tan importantes como los grandes logros, porque a través de ellas es que
realmente la vivimos. Y de una u otra manera siempre debemos hacer las cosas
con placer y entusiasmo, pues sólo así estaremos aprovechando con inteligencia
nuestro tiempo.
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