Nuestra
capacidad de escuchar al otro está estrechamente vinculada con nuestros temores
y dudas más profundos, que puede llegar a convertirnos en auténticos
"sordos" o en auténticos verdugos frente a ciertos temas, mientras
que ante otras cuestiones puede mostrarnos como seres cálidos y bondadosos. Sin
embargo, de una u otra forma no podemos disociarnos de nuestras propias
vivencias personales, y lo importante es poner en juego la atención necesaria
para poder darle a la otra persona la respuesta que está necesitando.
Para
aprender a escuchar a lo demás, lo primero que debemos hacer es escucharnos a
nosotros mismos y darnos el valor que tenemos frente a toda relación con otra
persona (sea de la índole que sea). De nada sirve adoptare una actitud fría y
distante que no produzca la contención que nuestro amigo requiere. Con el
tiempo, nuestra postura comenzará a dar sus nefastos resultados: las personas
con las que nos relacionamos se irán alejando de a poco, hasta el día en que
miremos a nuestro alrededor y nos demos cuenta de lo cerrados que hemos sido.
Además, si aprendemos a escuchar al otro podremos nutrirnos de sus propias
vivencias y aprender del éxito o fracaso ajeno. Al mismo tiempo que podemos
ayudar a alguien con sus problemas, nos podemos ayudar a nosotros mismos.
Pasar a la acción: Etapa necesaria de toda relación
Cuando
se presente el momento adecuado, todo buen amigo debe aprender a brindar una
opinión certera y objetiva sobre lo que escuchó, ofreciendo los mecanismos
necesarios para “pasar a la acción” y proponer así una solución sencilla y
efectiva. Luego, quien expone sus problemas puede elegir finalmente qué
hacer para acceder por sí mismo a la
solución de su conflicto. Y esto implica mucho más que dar un consejo, se trata
de persuadir al otro de lo importante que es actuar frente a tal o cual
situación; en definitiva, es intentar que el otro tome conciencia de sus
propios problemas y se dé cuenta qué el mismo puede solucionarlos.
Por
otra parte, las personas que se resisten a aceptar un punto de vista que no sea
el propio, nunca consiguen solucionar el problema de manera definitiva. Pues
sin darse cuenta, ellos mismos recurren a nosotros no sólo para desahogarse
sino también para encontrar soluciones. Frente a una situación de este tipo, lo
mejor es negarse a escucharlo, aunque nos duela en el alma. Así le
demostraremos a la otra persona que somos mucho más que una gran oreja donde
todos vienen a desahogarse y contar sus problemas. Pues como la base de toda
relación personal es la interacción (o sea, un ida y vuelta), si ésta no se da,
deberemos aceptar que de nada sirve conservarla.
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