Esto es
totalmente al revés de lo que se piensa, por ello, a continuación detallo
los principales prejuicios respecto a la función de las grasas en la dieta diaria:
Menos grasas, menos sabor: el sabor en las comidas no lo
proveen las grasas sino los ingredientes adecuados. Se pueden preparar platos
bajos en grasas y que tengan un sabor apetitoso. Por eso, se tiene que
condimentar las comidas con hierbas aromáticas, especias y verduras frescas.
Además, la utilización de condimentos naturales aporta al cuerpo minerales y
vitaminas.
Las grasas son las únicas que sacian el
hambre: se ha
podido comprobar que las comidas ricas en grasas sacian menos que las que
poseen poca cantidad y en donde predominan las proteínas y los hidratos de
carbono. Muchas veces, la sensación de saciedad llega al cerebro a través de la
sangre y no de los nervios. Esto demuestra que uno de los principales
transmisores de saciedad como la glucosa provenga mayoritariamente de los
hidratos de carbono y no de las grasas. Además, se cree que las grasas, a largo
plazo, aumentan la sensación de hambre porque neutraliza los receptores de
saciedad del cerebro.
Las grasas son las que proporcionan energía: todo lo contrario, la ingesta
de pocas grasas pero no saturadas sino provenientes de legumbres, cereales y
pastas proveen energía al cuerpo tanto o más que los hidratos de carbono y las
proteínas. Por eso, los deportistas de alta competición basan, muchas veces, su
alimentación en este tipo de comidas.
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