El
sueño, definido como la actividad pasiva que equilibra las funciones
psicofísicas y repone las energías consumidas durante las horas de vigilia,
ocupa generalmente la tercera parte de nuestra vida e incide de manera directa
en todos sus aspectos, afectándonos en forma personal, como así también en
nuestra relación con el entorno social. Sin embargo, diferentes factores pueden
alterar esta importante función, provocando así trastornos de imprevisibles
consecuencias.
Según
estudios llevados a cabo, los trastornos del sueño se registran en un
porcentaje que varía entre el 12 y el 25 por ciento de la población general y
algunas de sus consecuencias se verifican en la disminución de la capacidad
laboral, impidiendo cumplir en el trabajo con precisión e intensidad. Además,
deteriora las relaciones interpersonales por su asociación con estados de
irritabilidad y hostilidad y tienen un impacto importante en la economía, como
consecuencia de sus principales efectos, entre los que se cuentan el ausentismo
laboral, accidentes, etc.
Las
enfermedades en general, el envejecimiento, las temperaturas extremas, el
consumo de fármacos, drogas, alcohol y estados de estrés, son asociadas como
causas de una pésima calidad de sueño. El insomnio, si se establece en forma
permanente, genera riesgos de ansiedad o depresión clínicas, y en cuanto se
invierte el ciclo sueño-vigilia, pueden aparecer los primeros síntomas de un
delirio en desarrollo.
¿Cuánto debemos dormir?
Uno de los puntos clave para conciliar un sueño placentero es la cantidad de horas que una persona dedica para dormir, que debe ser determinada por su edad y su actividad diaria. Algunas personas sólo necesitan pocas horas de sueño para estar bien despiertas y activas durante todo el día, en cambio, otras necesitan mucho más horas de sueño, incluso repartidas entre la noche y la siesta. En términos generales, se ha establecido una media de 8 horas diarias, dos de las cuales se recomiendan sean antes de la medianoche.
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