Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la proporción
diaria de grasas en la alimentación del individuo sano debería corresponder a
30 por ciento del aporte calórico global. De este 30 por ciento, 60 debería
estar compuesto por ácidos grasos insaturados. Esto significa que para una
persona que tenga, por ejemplo, unas necesidades diarias de 2.400 calorías,
debería consumir 80 gramos
de grasas por día, equivalentes a 30 por ciento de 2.400 (es decir, 720)
dividido por nueve (por que ése es el número de calorías producidas por un
gramo de grasas).
Para los deportistas, la proporción es la misma. La
ingesta diaria de lípidos en la dieta del atleta debe mantenerse en torno de 25
y 30 por ciento del aporte calórico total, dando prioridad a los de origen
vegetal. Debido a que el deportista suele necesitar más calorías que el
individuo sedentario, consumir alimentos grasos es una forma de elevar la
ración calórica en menor cantidad de comida.
Asimismo, los lípidos contribuyen a elevar el contenido
calórico cuando el entrenamiento se lleva a cabo a bajas temperaturas, es
decir, cuando las necesidades energéticas se incrementan por exigencias de
termorregulación. Para ser exacto, el aumento producido es de 5 por ciento cada
10 grados centígrados menos. Únicamente en estos casos, las proporciones entre
los nutrientes deben cambiar a favor de los lípidos y reflejar las siguientes
proporciones: 30 a
35 por ciento de grasas, 50 a
60 por ciento de glúcidos, 10 a
15 por ciento de proteínas.
En cambio, en todas las demás situaciones deportivas la
función de las grasas no debe superponerse al papel privilegiado que tienen los
carbohidratos, sobre todo antes del esfuerzo. Las comidas que preceden al
entrenamiento o a la competencia deben ser a base de carbohidratos complejos
(almidones) y no contener más de 24
a 25 por ciento de lípidos, sea cual fuere, la
disciplina deportiva que se elija. Pero, ¿qué sucede cuando no se respetan
estas proporciones? Si se ingieren demasiadas grasas, se sufre un desequilibrio
en la relación entre masa muscular y masa grasa, con el consiguiente descenso
del rendimiento atlético general. Pero también se puede incurrir en sobrepeso,
enfermedades cardiovasculares, dificultades en la digestión y en la asimilación
de alimentos, entre otras cosas. Además, un exceso de grasas sumado a una
carencia de carbohidratos y agua puede hacer que los lípidos no se metabolicen
por completo y resulten tóxicos para el organismo. Por el contrario, un aporte
insuficiente puede generar problemas de hipovitaminosis (carencia de
vitaminas), eccema, caída del cabello y trastornos en la piel. Por ello, como
ocurre con todas las clases de alimentos, también para las grasas se aplica el
principio de "comer un poco de todo", en las cantidades adecuadas y
sin incurrir en excesos.
Dietas sin grasas y el "efecto yo-yo"
Un exceso en el consumo de grasas incide directamente en la figura más que un abuso de carbohidratos o proteínas. Supongamos que consumimos 100 calorías extras por día; si estas calorías provienen de sustancias ricas en lípidos, el organismo quema sólo 3 y almacena 97. En cambio, si las mismas calorías proceden de alimentos azucarados o proteicos (pasta, pan, legumbres), nuestro cuerpo quema 23 y nutre con las 77 restantes los temidos rollos o "michelines" (grasa corporal acumulada en la zona abdominal). Por eso algunos científicos son propensos a relacionar la obesidad con un exceso de grasas más que con un exceso de calorías.
Dietas sin grasas y el "efecto yo-yo"
Un exceso en el consumo de grasas incide directamente en la figura más que un abuso de carbohidratos o proteínas. Supongamos que consumimos 100 calorías extras por día; si estas calorías provienen de sustancias ricas en lípidos, el organismo quema sólo 3 y almacena 97. En cambio, si las mismas calorías proceden de alimentos azucarados o proteicos (pasta, pan, legumbres), nuestro cuerpo quema 23 y nutre con las 77 restantes los temidos rollos o "michelines" (grasa corporal acumulada en la zona abdominal). Por eso algunos científicos son propensos a relacionar la obesidad con un exceso de grasas más que con un exceso de calorías.
Sin embargo, todo esto no implica que para bajar de peso
haya que adoptar una dieta sin grasas. Es más, quien lo hace esperando obtener
resultados rápidos se arriesga a convertirse en obeso. Según los principales
expertos, son precisamente las dietas adelgazantes restrictivas las principales
responsables de lo que se denomina "efecto yo-yo" (el peso va y
viene); este efecto consiste en una oscilación entre pérdida y recuperación del
peso que provoca una ralentización gradual del metabolismo y lleva, con el paso
de los años, a la obesidad. Para evitar todo esto y adelgazar de forma
definitiva, es necesario seguir un régimen reducido ligeramente en calorías,
que satisfaga las necesidades diarias de grasas y no cause una pérdida de peso
superior a un kilo por semana.
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