De los 50 sujetos estudiados los que eran más sensibles al sexto sabor, tenían esta destreza relacionada con su peso corporal y hábitos alimenticios. En pocas palabras, eran más delgados que quienes tenían dificultades para sentirlo. Según este estudio, los sujetos más sensibles a las grasas, que las detectan en bajas concentraciones en los alimentos, consumen menos cantidades y son más delgados que quienes tienen dificultades para detectarla. No es entonces que nos guste la manteca chorreando en las distintas preparaciones, sino es todo lo contrario. Al no sentir su sabor, la consumimos en mayor cantidad.
La invasión de alimentos procesados ricos en sodio y azúcares ha polarizado la gama de sabores a sólo dos: dulce y salado. El problema es que los aditivos que contienen muchos alimentos industrializados “realzan su sabor”, por los que los convierten en extremo dulces o salados. Así nuestro paladar corre el riesgo de no poder identificar aquellos sabores suaves y sutiles, que nos proveen los alimentos naturales y sin aditivos. Es importante entonces reducir paulatinamente el consumo de los alimentos saborizados artificialmente, de manera que el organismo no sienta la abstinencia en su consumo, y al mismo tiempo recupere de a poco el abanico de gustos y olores no sólo más naturales, sino también más saludables.
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