sábado, 28 de diciembre de 2013

Hábitos de vida que promueven el envejecimiento



A medida que el tiempo avanza, la salud de nuestro cuerpo se hace más frágil y requiere de mayores cuidados. A partir de determinada edad, sobre todo después de los 30 años, es necesario controlar el peso corporal, aumentar la práctica de actividades físicas y abandonar algunas costumbres como fumar o beber alcohol en exceso. Sin embargo, algunos hábitos que se consideran habituales también pueden acelerar notablemente los procesos de envejecimiento corporal y mental. Para evitarlos, nada mejor que examinarlos uno por uno:

Abandonar la práctica deportiva: Nuestro cuerpo no se encuentra preparado para el sedentarismo, sobre todo porque la inactividad física es una de las responsables de las enfermedades cardiovasculares. Dejar de practicar deportes o ejercicios conduce a la atrofia muscular, ósea y articular, además de la paralización circulatoria y la pérdida del equilibrio y la coordinación en los movimientos básico (como caminar o andar en bicicleta). Es preciso entender que el envejecimiento no sólo tiene que ver con nuestra cédula de identidad sino además con el uso, desuso o mal uso que hacemos de nuestro cuerpo.

Promover las arrugas: El proceso por el cual aparecen las arrugas se inicia con la ruptura de las fibras elásticas de la piel. Si bien se trata de un ciclo degenerativo natural, puede acelerarse a causa del sol, el alcohol, el cigarrillo y los alimentos ricos en grasas. Otros factores que inciden negativamente son: delinearse los ojos con productos duros, dormir boca abajo, frotarse los párpados, no quitarse el maquillaje, morderse y mojar los labios, depilarse las cejas y el bozo y fruncir el entrecejo. Estos factores atacan la fibra de elastina y colágeno, proteínas que dan resistencia, turgencia y elasticidad a la piel, provocando los pliegues y las marcas que posteriormente se convertirán en profundas arrugas.

Acumular tensiones: Si nuestra hostilidad permanece contenida y todos los cambios que se dan en el interior del organismo no tienen una respuesta física, la consecuencia inmediata puede ser un ataque de ira que dañe seriamente nuestro corazón. Si la ira y el enojo se acumulan, los órganos de cuerpo se van desgastando. El malhumor se convierte, entonces, en un riesgo más de enfermedad coronaria, ya que las paredes de las arterias se deterioran ante la presión sanguínea y la grasa acumulada se transforma en colesterol en vez de energía. Los expertos recomiendan controlar los impulsos sin llegar a reprimir las emociones.

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