jueves, 16 de enero de 2014

Los aliados naturales de la salud



 

Las plantas medicinales pueden aconsejarse como un primer paliativo frente un cuadro clínico leve, o sea, antes de pasar a otros medicamentos más agresivos, reservando éstos para sintomatologías más graves; o bien para disminuir las dosis de otros medicamentos, etc. Las consultas más frecuentes que se hacen en farmacias y herboristerías respecto a la fitoterapia, están relacionadas con las siguientes dolencias: insomnio y depresión, metabolismo y exceso de peso, estreñimiento, circulación y colesterol, fatiga y falta de energía, entre otras.
En la actualidad, se puede disponer de fitofármacos eficaces y fiables, de los que se conocen tanto sus principios activos, como sus mecanismos de actuación, efectos secundarios, etc. Ya son muchos los laboratorios serios, con garantía farmacéutica que garantizan el poder de ciertas plantas medicinales sobre distintos problemas orgánicos y fisiológicos. En este sentido, es el farmacéutico el profesional que conoce el medicamento natural en toda su dimensión. Sólo él tiene la capacidad de detectar las posibles interacciones que se pueden producir entre medicamentos clásicos y tratamientos con plantas medicinales, y aconsejar al paciente sobre el modo adecuado de seguir el tratamiento, o remitirle al médico en su caso. 

Una alternativa casera

Las hierbas medicinales milenarias se cultivan prácticamente en cualquier jardín, y su empleo en infusiones ha demostrado ser altamente efectivo. Entre las hierbas más populares se encuentran el anís, el diente de león, la lavanda, el gingko biloba, la hierba de San Juan, el regaliz, el saúco, la ortiga, el sauce blanco y la salvia. Cuando se emplean sus flores, se deben recolectar una vez que se ha evaporado el rocío de la mañana y están totalmente abiertas. Hay que separarlas de los tallos, eliminar la suciedad y los insectos y dejar secar enteras sobre una bandeja forrada con papel periódico. Luego se deben guardar en un recipiente oscuro y hermético.
Por otro lado, las hojas grandes se recogen en plena floración y se dejan secar separadas una de otra; las pequeñas como la lavanda, se disponen con sus tallos en pequeños ramos cabeza abajo. Cuando están quebradizas al tacto, se debe separar el tallo sobre un papel y desechar las partes grandes. Luego se compactan y se conservan en un recipiente hermético y oscuro.
En cambio, casi todas las raíces se recogen en otoño cuando las partes aéreas de la planta han muerto y antes de que el suelo se endurezca demasiado. Se deben lavar para eliminar la tierra y posteriormente se cortan en trozos pequeños. Luego se extienden sobre una bandeja forrada de papel y se dejan secar de dos a tres horas en horno precalentado y apagado. Se deben almacenar en un una habitación cálida y soleada hasta que finalize el proceso de secado.

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