miércoles, 20 de agosto de 2014

Incrementa tu "coeficiente intelectual"

 

Poco se sabe de los intrincados mecanismos del cerebro, pero sí sabemos de qué modo podemos nutrirlo para que el coeficiente intelectual alcance sus máximos niveles. Los nutricionistas han logrado, en este campo, la confección de normas precisas y concretas.

Ten en cuenta, ante todo, que el cerebro consume un 20% de las calorías que ingerimos y que su “carburante” específico es la glucosa. Se precisa un mínimo de 4 gramos a la hora —el equivalente a un terrón de azúcar— para que no disminuya el grado normal de lucidez. El cerebro se ve obligado a fabricar glucosa, cuando no la encuentra en los alimentos, a partir de las grasas de reserva existentes en el organismo y, en último extremo, a partir de las proteínas constitutivas de las células de otras partes del cuerpo (como los músculos).
Sin embargo, constituye un grave error atiborrarse de dulces con la excusa de cargar el depósito de las neuronas: conseguirás engordar, pero no por ello aumentará la brillantez de tu mente. La glucosa contenida en el azúcar es de efecto rápido, pero el cerebro prefiere una combustión más lenta, de modo que es más aconsejable la utilización de azúcares lentos, como los contenidos en las féculas y legumbres secas, patatas, castañas, pan integral o frutas frescas.
Como cualquier otro órgano, el cerebro también necesita grasas. Los ácidos grasos poliinsaturados constituyen una protección idónea para las membranas cerebrales. Se encuentran en los aceites elaborados con soja y girasol. Conviene alternar ambos tipos de aceite y no reducir la dieta en ese campo sólo al aceite de oliva.

Todos los nutrientes son esenciales

Una alimentación rica en proteínas (pero no circunscrita a las mismas) es fundamental, dado el importante papel que juegan como agentes de comunicación entre las neuronas. Las proteínas de origen animal deben privilegiarse sobre las de origen vegetal, puesto que las primeras son asimiladas directamente, mientras las segundas requieren un proceso de readaptación para ser útiles al organismo.
Las vitaminas deben considerarse como una especie de “llaves” de procesos bioquímicos sin los cuales el cerebro no puede alcanzar su nivel óptimo de eficacia. La vitamina A o retinol, contenida en las zanahorias, las espinacas y el aceite de hígado de bacalao, favorece la visión nocturna y la renovación de los tejidos. Una carencia de vitamina B, que se encuentra en la levadura de cerveza y en el germen de trigo, puede provocar estados de depresión, mientras que a la vitamina C (naranjas, limones) se le asigna un importante papel en el nivel de actividad química de las neuronas. Una dieta rica en frutas colabora de manera directa en la agilidad mental del individuo.
Atención especial merecen, finalmente, los minerales; sin sodio y sin potasio no hay trasmisión nerviosa posible; la falta de hierro provoca falta de oxigenación cerebral; el magnesio (avellanas, cacao) es un excelente sedante, y el zinc es responsable del buen funcionamiento del olfato, el gusto y la capacidad de aprendizaje.

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