A través de un
ejercicio de auto indagación profundo y sincero podremos determinar si somos
personas tóxicas para los demás o lo que es aún peor, para nosotros mismos.
Porque antes de mirar la paja en el ojo ajeno, debemos mirar la viga en el
propio… Una frase bíblica que invita a dejar de etiquetar a las personas y a
las situaciones, para comenzar a mirar nuestro propio comportamiento, nuestra
propia personalidad y nuestra propia interacción con el mundo. A continuación
expongo cuatro claves para convertirnos en una mejor versión de nosotros
mismos.
La primera pregunta que debemos hacernos y que puede evidenciar un cierto nivel de toxicidad en nuestra vida, sobre todo a nivel de pensamientos y actitudes, es: ¿tendemos a juzgar a los demás? Porque siempre el juicio ajeno habla más de nosotros mismos que de los demás. En este sentido una práctica de mejoramiento y crecimiento personal tiende a ejercitar el “no juzgar a nada ni a nadie”, o al menos a intentarlo cada vez con más frecuencia. Casi que parece un acto de resignación, pero en realidad es una valiente actitud de aceptación. Porque para cambiar algo, primero hay que aceptarlo.
La segunda cuestión es indagar sobre las tendencias que nos llevan a invertir la mayor cantidad de tiempo en nuestras vidas, pues de ello depende directamente lo que estamos cultivando: insana toxicidad o saludable sabiduría. Por ejemplo, a qué nos sentimos más atraídos… a la pereza de consumir malas noticias y chismerío, o al aparente esfuerzo de expandir los límites de nuestro intelecto. Por ejemplo leer libros —sean de autoayuda o ficción— nos permite estimular la creatividad en nuestra vida y a convertirnos en personas más interesantes porque incrementamos nuestro nivel de comprensión. Así la interacción con los demás adquiere otro nivel.
El tercer aspecto que deberíamos considerar es si el miedo traducido en evidente negatividad y pesimismo inunda cada pensamiento y cada palabra que pronunciamos. Porque de ser así tendemos a aislarnos con nuestra propia visión negra del mundo y nos convertimos en intolerantes y menos compasivos con los demás, tratando de imponer siempre nuestro punto de vista. Al hablar de lo malo que son las cosas, solemos automáticamente desconectar con lo que les sucede a los demás. Oímos y gesticulamos en una charla, pero no escuchamos ni interactuamos de verdad. Aquí es el punto donde el ego, eso que creemos que nos define como seres humanos únicos, se impone frente a lo que verdaderamente somos. Dejar de prestarle atención al ego nos invita a tener intereses más elevados en la vida.
El último punto está relacionado con tres palabras que solemos malinterpretar: disciplina, sacrificio y prioridades. La disciplina no es más que la perseverancia sostenida en el tiempo, y las personas perseverantes suelen ser más inspiradoras que tóxicas. Por su parte, el sacrificio significa “oficio sagrado” e implica considerar a todo lo que hacemos sea sagrado, sublime e importante. Nada tiene que ver con hacer cosas a desgano o por obligación, al contrario un sacrificio en nuestras vidas es una forma de venerar aquello que hacemos… desde lo más simple hasta lo más profundo y complejo. Y finalmente las prioridades son decisiones que tomamos a cada momento y que a veces no se ajustan a una rígida agenda de vida, pues precisamente la vida es imprevisible e imperfecta, y comprender eso nos permite descubrir la belleza que se encuentra en todos y todo. El tiempo es algo finito y mental, aprender a administrarlo nos cambia el sentido que tenemos de él. Un mecanismo interior de prioridades nos invita a vivir e interactuar con cierta templanza, paciencia y sabiduría, y dejamos de correr tras cosas que sólo son ilusiones de una mente condicionada y tóxica.