jueves, 13 de junio de 2013

Musicoterapia: Sonidos para la salud



La musicoterapia es la utilización curativa de los sonidos; examina la relación entre el ser humano y la música con el fin de encontrar una terapia o un diagnóstico eficaz en distintos estados de debilidad y trastornos mentales, físicos y de comportamiento. Sus objetivos pueden ser educacionales, recreativos, de rehabilitación, preventivos o psicoterapéuticos. Los métodos de tratamiento inducen a escuchar, improvisar, actuar, componer y a expresarse con movimientos.

Si comprendemos la música como una comunicación interpersonal, es una herramienta útil para educadores, médicos, psicólogos e incluso para quienes desean profundizar en su propia personalidad y en la de los demás.
La música es la mejor manera de hablar cuando faltan las palabras y además provoca una respuesta afectiva en quien la escucha. En la música (como en los seres vivos) hay una alternancia entre actividad y descanso. Las armonías lentas y suaves tienden a suavizar la actividad física y aumentar la contemplativa. Por el contrario, las armonías complejas y dinámicas tienden a estimular la agitación y a reducir la concentración.
En definitiva, la musicoterapia trata de equilibrar y coordinar sentimientos, vivencias y sensaciones, y ampliar la sociabilidad mediante el ejercicio de la atención, activando la creatividad y la seguridad personal.

¿Cómo actúa?

El carácter de la música y los efectos que produce dependen de los diferentes elementos del sonido y de la relación que se establece entre ellos:
  • Frecuencia o altura del sonido: actúa sobre el hombre a escala física y de una manera racional.
  • Intensidad: depende de la amplitud de las vibraciones y afecta su volumen y potencia.
  • Timbre o color tonal: elemento no rítmico, que produce una impresión agradable, no intelectual, estimulando los mecanismos de defensa.
  • Intervalos: basados en la distancia entre dos notas, sus resultados son la melodía y la armonía.
  • Armonía: responsable de que la música mantenga un significado desde el principio hasta el fin en el tiempo. Para captarla se requiere de sensibilidad e inteligencia.
  • Ritmo: el elemento más dinámico y palpable de la música. Combinado con la frecuencia y el timbre aporta un sentido musical definitivo. Expresa una alternancia de relajación y tensión mediante acentos, pausas, golpes fuertes y débiles. Puede originar conductas de histerismo o inducir al sopor. Se relaciona con la voluntad y el autodominio y puede ser vigorizante.
*Los objetivos de la musicoterapia se establecen por la relación que tienen esos elementos con el desarrollo de cada individuo y sus necesidades: el ritmo se vincula con la acción y, por lo tanto, con la vida fisiológica; la melodía con la emoción, y la armonía con la vida mental y la abstracción simbólica.

Sus principales aplicaciones

Algunos especialistas afirman que la terapia es un acto creador por el cual el terapeuta hace posible que el paciente se explore a sí mismo y extraiga sus posibilidades ocultas para crear nuevas sensaciones, nuevos mensajes de acuerdo con sus acciones y sentimientos. El trabajo del terapeuta se da en diferentes niveles de lenguaje -sonoro, corporal y verbal- en forma integrada siguiendo aproximadamente este esquema:

a) Relajación, para tratar de conseguir cierta concentración o predisposición al tratamiento.
b) Audiciones musicales, para familiarizar al paciente con estímulos sonoros variados y lograr un conocimiento de cada uno y el contenido de sus fantasías.
c) Actividad rítmica simple, con el fin de acercar al paciente a una forma de comunicación, estimulando la participación en grupo.
d) Exploración de sonidos instrumentales y vocales, para su posterior empleo expresivo.
e) Improvisación sonoro-musical y dramática, que permite observar el comportamiento y las posibilidades de expresión y creación.
En todo ese proceso el terapeuta debe procurar el bienestar emocional del grupo, desarrollar las habilidades comunicativas, planear las distintas sesiones musicales en función de las necesidades individuales y evaluar el caso clínico o educativo.
Para que un tratamiento sea eficaz, el número de sesiones por semana oscila entre una y tres, de acuerdo con lo que estime conveniente el especialista en cada caso.

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